Crónica.
- Johanna Vásquez
- 20 oct 2016
- 5 Min. de lectura
Caminando juntos por siempre.
Aquel día soleado y lleno de vida, 26 de julio de 2012 nació Lorenza, quien sin pensarlo, años más adelante le cambiaría la vida a Daniel Lozano. Él una persona amable y sonriente quien adquirió una discapacidad visual, y con ella un bastón que lo acompañaría durante 15 años. Un día, después de pensarlo tanto Daniel decide adquirir un perro guía, y toda la responsabilidad que con él traería. Desde aquel entonces las cosas no volvieron a hacer las mismas para Daniel.
Al fin llego el tan esperado momento, ese 14 de octubre de 2014, que Daniel recuerda con amor y alegría; él un poco nervioso y ansioso, conoció por primera vez a una perrita negra, delgada y un poco enferma que lo acamparía desde entonces, sin imaginar que desde ese día, la perrita se convertiría en una hija para él. Lorenza un poco indiferente al conocer a Daniel, se regresó a su guacal sin demostrar afecto alguno.
“Las cosas cambiaron del cielo a la tierra”, dice Daniel al rememorar aquel momento con Lorenza, quien poco a poco se fue convirtiendo en un miembro de la familia junto a su hermana Katia, quien es más sociable pero igual de consentidas. Lorenza son los ojos de Daniel, ella lo acompaña a todos lados, lo cuida de los peligros en la calle, de la gente, de su alrededor; es un ser incondicional para él, porque a pesar de que su función es protegerlo, es una labor que hace con amor.
Usualmente Daniel las manda a bañar, y luego las recoge, pero un día Rocío, la mamá de un amigo de Daniel se ofreció a recogerlas, Daniel tuvo intuición de padre, y se empezó a exaltar cuando la señora Roció no llegaba, repentinamente sonó el teléfono, era ella, avisándole a Daniel que Lorenza se había escapado. Fue un momento de desespero para Daniel; él quería salir y buscarla, pero al llegar a la portería de su casa, el vigilante le dijo “don Daniel ahí al frente hay un perro muy parecido a Lorenza”, efectivamente, era ella, había llegado sola a su casa, sin medir los peligros de la calle, ella solo quería volver con su papá, a su guacal y a su hogar.
Más que un equipo, Lorenza y Daniel tienen una relación de padre e hija, en la cual uno depende del otro. Cuando Lorenza tiene sus necesidades Daniel tiene que salir con ella sin importar sus condiciones, y ella es ese escudo que Daniel necesitaba. Cada vez que Daniel llega a algún lugar a la primera que saludan es a Lorenza, quedando el en segundo plano, algo que a él le encanta. En ocasiones se presenta cierta dificultad con Lorenza en sitios que prohíben las mascotas, situación que incomoda a Daniel, pues es como si a un papá le rechazaran a un hijo. Cada vez que rehúsan a Lorenza el sale y se va, no soporta ser tratado como un delincuente, y si quieren alcanzarlo y dejarlo entrar, él vuelve pero con Lorenza, pues ella no es una simple mascota es un ser especial para él.
A finales de marzo de 2016, Lorenza se agravó, empezó a vomitar y vomitar, estaba muy mal, ese momento y en especial ese día fue oscuro para Daniel, quien decidió llevarla al veterinario en donde tuvieron que cogerla entre cinco personas para aplicarle seis inyecciones; Daniel ya tenía conocimiento de la enfermedad de Lorenza, pero aun así la escogió como su compañera permanente.
El primer diagnóstico que le dieron a Daniel, fue que Lorenza tenia gastritis, ya que no comía como debía, después de un tiempo descubrieron que tenía un síndrome, el cual hacía que todo lo que ella comía se le quedaba en su estómago dándole vueltas, por ello lo poco que comía debía digerirlo despacio. A sus cuatro años de vida. Lorenza es parte esencial de Daniel y a pesar de ser tan delicada de salud, Daniel la cuida y ella lo cuida a él, son dos en uno.
Cada fecha especial junto a Lorenza se hace más especial, la celebración de su cumpleaños, ese momento en el que Daniel y su esposa Estefanía la consienten más que nunca, la llevan a pasear junto a su hermana Katia, y le dan una comida especial; y en la navidad, Lorenza tiene su propio traje para alegrarle la vida a los niños con cáncer que visitan en diciembre con su papá. Mientras el grupo musical de Daniel va a cantar los villancicos, Lorenza y Katia con su alegría y amor, divierten a estos niños que con caras un poco tristes, se ven iluminadas cada vez que las perritas los visitan, en ese instante Lorenza se olvida de sus funciones como perra guía, y se convierte en una animadora de vidas. Son momentos que Daniel recuerda con satisfacción junto a su hija.

En la noche buena Lorenza y Katia esperan bajo el árbol sus regalos, como dos niñas chiquitas esperando destaparlos. Lorenza poco sale de su guacal, pues su hermana Katia aprovecha el momento para entrar y comerse su concentrado, algo que a ella no le gusta.
“Lorenza no es una máquina y se puede equivocar como cualquiera” dijo Daniel después de que una vez iban con Lorenza por la calle, cuando de repente ella sin querer lo saco a la avenida, él tuvo que hablarle duro y halarle su traillar y su arnés para que no lo hiciera de nuevo, ese día Lorenza se bloqueó, pues se sentía devastada por su error, sintió que le había fallado a su papá.
A pesar de ser una perrita trabajadora, es un ser muy especial en la vida de Daniel; Lorenza durante estos dos años que lleva con él, le ha enseñado a querer y amar a un animal, le ha enseñado fidelidad y empatía; y el día en que ya no pueda trabajar más junto con su papá, será difícil para ambos, pues su relación se ha fortalecido con el pasar de los días, los meses y los años, el afecto el uno por el otro es mayor, y la alegría de estar juntos es inigualable.

Daniel piensa con melancolía el momento en que Lorenza ya no este junto a él, siente apego a su perrita como cualquier padre por sus hijos, quiere que cuando llegue el momento sea capaz de dejarla ir y sentir que si ella está sufriendo ayudarla a aliviar su dolor “le pido a la vida que me ayude a ser agradecido ese día” dice con tristeza, y espera seguir viviendo más momentos alegres junto a Lorenza.
“En mi vida siempre esta Lorenza, sueño con una vejez saludable para ella, ese día espero que este en las mejores condiciones y saber que fue una perra feliz” dice Daniel con resignación y júbilo de saber que adoptar a Lorenza fue la mejor decisión que pudo tomar; más que un perro es una hija para él, y no tenerla en un futuro es algo que lo deprime. Lorenza algún día tendrá que jubilarse, y tal vez llegará un reemplazo, pero Daniel sostiene que jamás la devolverá a la escuela de donde un día salió junto a él, emprendiendo una vida juntos, llena de experiencias y amor hasta el final.
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