Nació y Murió.
- Johanna Vásquez
- 2 may 2018
- 5 Min. de lectura
Nació y murió.
Eran las 10 de la mañana cuando decidí coger el teléfono y llamar al restaurante El Duende el teléfono sonó dos veces, de repente contestó una mujer de unos 30 años, lo deduje por su voz, la saludé, me presente y le mencioné que debía realizar un trabajo periodístico sobre la leyenda que se cuenta del lugar, antes de que dijera la última palabra con un tono de voz fuerte me dijo NO, quedé anonadada por unos segundos y le pregunte el porqué de su respuesta y me dijo que era una historia real que era confidencial y que nadie hablaría del tema porque estaba prohibido, mientras ella me decía eso en el fondo se escuchaba jugar y reír a un niño, ella todo el tiempo me respondía con un No fuerte, no me dejaba hablar; me concentre en el sonido de fondo y sin previo aviso me colgó.
Al otro día me dirigí al restaurante a buscar respuestas y el administrador del lugar me contó sobre el duende sin problema alguno, al final, ya para irme le pregunté que quién contestaba el teléfono del establecimiento y me dijo que solo lo contestaba él o un empleado; quede estupefacta por unos segundos, me despedí y me retiré, entonces ¿quién me había contestado?
Todo empezó hace muchos años en la casa ubicada en la Carrera 12 B # 5-41 en La Candelaria, allí vivía una mujer hermosa y soltera quien había quedado embarazada de un soldado de la Colonia, este lugar se convirtió en su guarida durante su embarazo pues si se enteraban de su estado la mataban. Cuando nació el niño, la mujer angustiada por su vida decidió arrojarlo al aljibe que se encontraba en el patio central de la casa; el recién nacido había muerto, sin ni siquiera haber tenido la oportunidad de emitir su primer llanto y sin haber conocido a su madre.

La fachada del lugar es obsoleta, demacrada y muy abrumadora, es como si las paredes y las puertas recordaran aquel acontecimiento de muerte, como si quisieran expresar su dolor a los transeúntes y turistas que visitan la casa, la cual tiene un restaurante llamado La Mansión del Duende, allí se evidencia el aljibe donde murió Baltazar, es pequeño, sombrío, frío y triste, en su interior hay mucha agua y a su alrededor se encuentra un papagayo de porcelana quien observa a los curiosos que se acercan al pozo, es como si Baltazar estuviera allí protegiendo su morada. La casa y el restaurante se dividen por unas paredes en vidrio, el ambiente del restaurante es amable, cálido y familiar, pero detrás de los vidrios todo se vuelve soledad y oscuridad.
En el interior de la casa hay un cuadro de monumentos antiguos un poco borroso e incoloro, en la parte inferior del cuadro se encuentra la huella del pie de un niño de uno o dos años, los dueños de la casa aseguran que es de Baltazar, su niño de la casa.

Velyimar Peña trabaja hace algunos años en el restaurante, con una sonrisa nerviosa y su mano derecha tomando la izquierda dice: “con frecuencia escucho golpes y ruidos extraños, jamás he visto a Baltazar y no le tengo miedo, pues es un niño inocente que solo quiere jugar y divertirse. Un día los empleados arreglaron las mesas para un evento especial que teníamos en el restaurante, pero al día siguiente todo estaba en completo desorden, los manteles estaban en el piso y algunas sillas tiradas y rotas, al ver todo el desastre decidí cancelar el evento y pensé que tal vez Baltazar no quería visita ese día”.
En 1985 Edwin Robles actual parapsicólogo de El Cartel de La Mega decidió conocer a Baltazar, así que le solicitó a la dueña de la casa, en ese entonces María José Jaramillo de origen español, que le alquilara una habitación y le diera permiso de recorrer e indagar en las madrugadas por la casa, con una sonrisa en la cara Edwin recuerda esta anécdota y dice: “mi estadía allí era solo por una semana, los primeros días no evidencie nada, pero todo cambio el viernes en la madrugada.
"Yo me encontraba en mi cuarto muy normal, como de costumbre, hacía mucho frío, cuando de un momento a otro escuché un ruido como de una máquina de escribir en el cuarto vecino, se me hizo muy extraño porque la dueña de la casa me había dicho que solo estaba yo como huésped, decidí salir del cuarto y me dirigí a la puerta del otro, entre y ¡oh sorpresa! No había nada, era un cuarto como abandonado, eran las 2:30 de la mañana, inesperadamente, pasó alguien corriendo detrás mío, cuando voltee la mirada, a mi lado izquierdo había un niño de unos cinco años, blanco y peli negro, ese niño me miró fijamente, me sonrió y su imagen se desvaneció, no duró nada; yo quede frío y no supe que hacer, dice Edwin con un tono de voz agitado, y continua diciendo, al otro día me fui de la casa, no por miedo sino porque había cumplido mi objetivo, ver a Baltazar”.
Don Eustasio Ramírez trabajó en el restaurante durante 15 años, recuerda con algo de nostalgia su estadía en aquel histórico lugar y dice: “cuando yo entré a trabajar ahí la administradora me advirtió que había un niño en la casa, pero que ese niño no estaba vivo, que era su alma y le llamaban Baltazar, recuerdo tanto que yo me eché reír, y la señora me dijo esa vez: eso ríase que después me rio yo de usted; no le puse cuidado y ese mismo día empecé mis labores, tenía el turno de la noche donde supuestamente el niño salía a jugar con los meseros, les escondía las cosas o apagaba la luz.
Esa noche me quedé solo porque mi compañera de trabajo había pedido permiso para salir más temprano. Era ya media noche, yo estaba recogiendo cubiertos y limpiando mesas cuando escuche un estruendo en la cocina, se habían caído las ollas, confieso que me dio algo de miedo, pero seguí en mis quehaceres, estaba barriendo el patio al pie del aljibe cuando sentí que alguien me estaba mirando fijamente y se escondía, era algo muy pequeño, cuando voltee a mirar había un niño riéndose, cuando me dirigí hacia él se escondió sin decir palabra alguna.
Después de lo que pasó pensé en renunciar, pero algo dentro de mí no dejo que lo hiciera, no volví a ver a Baltazar, pero cuando encontrábamos cosas en el piso, se apagaba la luz o se desparecían las cosas, ya sabíamos quién lo había causado”.

Los años pasan, los dueños de la casa y los empleados cambian a medida que corre el tiempo, pero Baltazar seguirá cuidando su tesoro, el aljibe, su lugar favorito y su hogar.
Su espírito deambula todas las noches, es un niño en busca de afecto de todo aquel que llega al lugar, no tuvo la oportunidad de crecer y de tener una familia, nació y murió al mismo tiempo, no conoció la vida, no conoció el amor, por ello su alma seguirá encerrada en aquella casa que, a pesar de tener un restaurante y muchas visitas, no deja de ser solitaria, afligida y tenebrosa. Baltazar es y seguirá siendo el dueño de La Mansión del Duende.
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